Hoy tuve la oportunidad de conocer a una niña Ment Laquid y Nafee un niño, su hermano. Se llevaron una sudadera rosa, ella, y él un balón de fútbol y un traje también de la cosa. Los que estábamos en el acto oficial pero familiar, el alcalde, el concejal de Benestar Social y las responsables de los servicios sociales del concello x, creo, tuvimos todos la misma sensación, estábamos calmando nuestras conciencias.
Ment y Nafee con sonrisas blancas y tez morena nos agradecieron lo que nunca nos tendrán que agradecer, nos dijeron que son niños prematuramente mayores que viven, que ríen también, lloran y juegan en un desierto de haimas que ni siquiera es su desierto. En el Tindouf que de vez en cuando sale en los telediarios que vemos mientras, o después de comer, son los hijos y los nietos de personas que fueron españolas por la Gracia de Dios y que por la cobardía del hombre se quedaron sin su tierra que allí es arena.
El viernes se van, S.V, que hoy estuvo con ellos y con nosotros, es su madre de aquí desde hace siete años, ella sigue siendo su madre cuando no están y sigue velando sus sueños. Todos los diciembres coge un avión y después un camión para llegar al campamento argelino del Aaiún. Un Aaiún sólo en el nombre transplantado a otra arena y allí es donde, en no se sabe cuántas haimas, viven Ment Nafee su familia y cincuenta y cinco mil seres humanos más, digo yo que esto conviene no olvidarlo.
Las fiestas, las verbenas son lo que más le gusta a los catorce años de ella, a él que saca de esquina con seis el fútbol y la piscina del verde municipio x. Se van con la ilusión de volver con su familia, con sus amigos, con un desierto que no es el suyo, se van con la ilusión que Met hoy ya ve lejana de volver.
Con la sensación de sólo haber calmado nuestra conciencia nos quedamos y ellos parten, nosotros los españoles que un día les dijimos que eran compatriotas, que les dábamos el idioma, que les dijimos que eran ciudadanos, y que tenían derechos. Nosotros esos españoles que de un día para otro los dejamos a su suerte en su desierto, con las lágrimas y la arena en sus ojos, ese llanto que cuando nosotros los de primera íbamos a la playa y no queríamos volver a casa supimos lo que escocía. Salan Malecun, Ment y Nafee, que todos vuestros sueños en las frías noches del desierto se cumplan, mientras nuestras conciencias vuelven a dormir hasta que la blancura de vuestra sonrisa nos recuerde que también tenemos, allí en el fondo y a la izquierda, corazón.
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