domingo, mayo 27, 2007

Más impuestos, menos trabajo

El coste de oportunidad explicado a los políticos
Manuel F. Ayau Cordón


En nuestra vida privada siempre tenemos presente el coste de oportunidad. Si vemos un programa de televisión, no podemos ver otro. Si viajamos, quizás es necesario posponer la compra del coche nuevo. Si te casas con María, ya no te puedes casar con Julia.


Un economista comentaba que se sentía satisfecho si sus alumnos logran entender el concepto de coste de oportunidad. En el mundo real no podemos satisfacer todos nuestros deseos. Cuando escogemos algo, tenemos que sacrificar otra cosa. La satisfacción sacrificada es el coste de oportunidad y es distinto a los costes en las empresas, donde coste es la suma de los gastos.
En nuestra vida privada siempre tenemos presente el coste de oportunidad. Si vemos un programa de televisión, no podemos ver otro. Si viajamos, quizás es necesario posponer la compra del coche nuevo. Si te casas con María, ya no te puedes casar con Julia. Si estudias ingeniería, dejas la biología. Si escalas montañas sacrificas el disfrute de la playa, etc. No hay meta o satisfacción que no implique sacrificar algo, y en cuestiones personales siempre somos conscientes de ello. Pero cuando se trata de la cosa pública, cuando el coste de oportunidad no corre por cuenta nuestra sino de otros, la cosa cambia.
Todo el mundo, incluyendo al Banco Mundial y las agencias de ayuda internacional, quiere reducir las desigualdades con impuestos progresivos, aplicando una tasa porcentual más alta a personas con mayores ingresos, para así redistribuir la riqueza por medio del gasto social. Pero, ¿cuál es el coste de oportunidad? Veamos, objetivamente y sin prejuicios, por qué el coste de oportunidad es el aumento de la pobreza.
Para hacer rendir inversiones productivas, los empresarios necesariamente tienen que ofrecer mejoras salariales a sus trabajadores para que no se vayan a trabajar a otra empresa. El empresario no lo hace por buen corazón sino por interés propio. Con su demanda de mano de obra está influenciando el alza de los salarios del país. Y su inversión la hará donde el rendimiento sea mayor. Pero si además de confrontar los riesgos del negocio y del país, el rendimiento decae castigado con impuestos, disminuirán las inversiones en el país y el capital, nacional y extranjero, se invertirá en otra parte. Hoy día, por Internet, se puede invertir en cualquier parte del mundo, pues hay competencia entre corredores de inversión. No es optativo; si queremos resolver el problema de la pobreza, hay que competir por el capital. Y los negocios y países compiten por ofrecer rendimientos mayores y más seguros.
Aunque los políticos prometen crear plazas de trabajo, solamente la inversión privada productiva crea plazas de trabajo. Dirán que el Estado también las crea, pero como sólo tiene el dinero de los impuestos que le quita al sector privado, las plazas de trabajo que crea son las que dejaron de surgir en el sector privado (coste de oportunidad).
Generalmente se desconoce cuánto capital hay que invertir por cada puesto de trabajo. Divida la inversión total de la empresa entre el número de empleados y se sorprenderá. Por ejemplo, si instalar una empresa cuesta cinco millones y emplea a cien personas, el coste es de cincuenta mil por cada puesto. Pero eso es la media, pues los hay cuyo coste pasa del millón de dólares, así como también los hay con coste muy bajo.
No hay otra manera de crear empleo. Por eso, poner impuestos a los ingresos que motivan las inversiones tiene como coste de oportunidad salarios más bajos y más pobreza.
Muchos creen, simplistamente, que hay ricos porque hay pobres. Es cierto que, lamentablemente, algunas conspicuas fortunas se han hecho en base a privilegios y a costillas de los pobres. Pero esa es la excepción, y se cura dejando de repartir privilegios y no desalentando a quienes se esfuerzan en hacer fortuna compitiendo sin ellos, porque lo que hacen así es enriquecer a los demás.
© AIPE


Manuel F. Ayau Cordón es Ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.

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