COMER BIEN
De cucos, mirlos y lampreas
Por Caius Apicius
Hasta ahora, si había que asociar algún pájaro a un animal tan opuesto a las aves como la lamprea solíamos acudir a la consabida frase de que la lamprea hay que comerla "antes de que esté cucada", es decir, antes de que el cuco, con su canto, consagre definitivamente la primavera.
No es que el cuco tenga ínfulas de Stravinsky, ni mucho menos: su canto es más bien monótono, y puede escucharse ahora mismo en los bosques. También en los relojes suizos, claro, pero ésa es otra historia. El hecho es que canta el cuco, esa ave que parasita los nidos de otros pájaros para dejar allí su huevo, para que la misión de alimentar al polluelo recaiga en otra familia; y si canta el cuco, cambios climáticos aparte, es señal de que la temporada de lamprea toca a su fin y habrá que esperar hasta el año que viene para repetir la jugada. Los gallegos creen al cuco dotado de poder profético; era costumbre, cuando se le oía cantar, hacerle la pregunta de ¿cuántos años viviré?, pregunta que uno se hace a sí mismo muchas veces pero que mis paisanos pasaron al cuco-rey. Las veces que el cuco cantase en respuesta a esa eterna pregunta vendrían a indicar al demandante los años que le quedaban de vida. Viejas y bonitas tradiciones.Así que yo también asociaba la lamprea, ese vestigio de edades muy pretéritas que se ha negado a fosilizarse y acude cada año a su cita con el río, con el cuco. Pero algo ha cambiado en los últimos días, algo que hace que, desde ahora, cuando piense en lampreas lo haga también en un pájaro muy distinto al cuco: el mirlo. Ahora mismo, cuando estoy escribiendo, un mirlo más curioso que otros se ha posado en mi terraza y me mira así un poco de lado, como miran los pájaros.Este año han madrugado los mirlos en mi jardín. Me gustan; me gusta su canto, me gusta el contraste de color entre su plumaje negro-azulado y su pico amarillo naranja... Ya ven, nunca los he mirado con ojos gastronómicos, nunca se me ocurriría hacerme un paté de mirlos como los franceses lo hacen de alondras, ese 'pâté d'alouettes' que no deja de tener sus partidarios.Mirlo, en francés, se dice 'merle'. Pero también se le llama 'merlot', bien al mirlo adulto en el habla bordelesa, bien a sus polluelos. Y la merlot es una variedad de uva bordelesa muy extendida por todo el mundo; tal vez reciba ese nombre por la similitud del color de las uvas maduras con ese plumaje de los mirlos; tal vez porque, siendo como son los mirlos amantes de las frutas dulces y de pronta maduración, al ser ésta la primera uva en madurar haya recibido el nombre de la afición que el ave parece sentir por ella. Y, me preguntarán, ¿qué tiene que ver todo esto con la lamprea, que ni canta, ni vuela, ni come uvas maduras? Pues nada... y mucho. Resulta que hace unos días, para despedirnos de las lampreas hasta el año que viene, hicimos una comida en petit comité en el restaurante madrileño 'Sanxenxo', comida que culminó en una lamprea, en su guiso tradicional, verdaderamente excelsa, con una salsa memorable en la que, como está mandado, interviene la propia sangre de este animal: le está bien empleado por ser él mismo un hematófago de tomo y lomo.Nuestro anfitrión, Diego Domínguez, nos tenía reservada una sorpresa, que había quedado pendiente el año pasado. Somos muchos quienes pensamos que a la hora de comer lamprea hay que dejarse de chovinismos y buscar en la bodega un tinto importante, un grande. Y Diego, para nuestro deleite, decidió abrir, para acompañar la lamprea, nada menos que una botella de 'Pétrus' del 97. Ni les cuento cómo estaba; les diré sólo que nos crecimos todos, hasta la lamprea, feliz de verse acompañada en su postrer trance por tan gran señor.El 'Pétrus' es uno de los grandes vinos del mundo. Procede de Pomerol, comarca bordelesa lindante con Saint-Emilion y donde, como en esta última, se hace vino –y qué vino– desde tiempos de los romanos. Y resulta que el 'Pétrus' –sólo 40.000 botellas al año– es la máxima expresión de esa uva que lleva el nombre de nuestro pájaro: la merlot. Si no les parece motivo suficiente para arrinconar al cuco en la ornitología aplicada a la lamprea, a mí, la verdad, sí, y eso sin contar que los mirlos me caen mucho más simpáticos, dónde va a parar, que los cucos.De paso, he resuelto mis dudas sobre la mejor manera de comer lamprea: sin duda, a la bordelesa. No me refiero tanto a la receta, que cada cual, según viva a orillas del Miño, del Ulla o del Garona puede bautizar como mejor le parezca, como al hecho de que en ninguna ribera de los ríos que hoy siguen remontando las lampreas se hacen unos vinos tintos como los bordeleses. Lo dicho: a la bordelesa... y con mirlos.
De cucos, mirlos y lampreas
Por Caius Apicius
Hasta ahora, si había que asociar algún pájaro a un animal tan opuesto a las aves como la lamprea solíamos acudir a la consabida frase de que la lamprea hay que comerla "antes de que esté cucada", es decir, antes de que el cuco, con su canto, consagre definitivamente la primavera.
No es que el cuco tenga ínfulas de Stravinsky, ni mucho menos: su canto es más bien monótono, y puede escucharse ahora mismo en los bosques. También en los relojes suizos, claro, pero ésa es otra historia. El hecho es que canta el cuco, esa ave que parasita los nidos de otros pájaros para dejar allí su huevo, para que la misión de alimentar al polluelo recaiga en otra familia; y si canta el cuco, cambios climáticos aparte, es señal de que la temporada de lamprea toca a su fin y habrá que esperar hasta el año que viene para repetir la jugada. Los gallegos creen al cuco dotado de poder profético; era costumbre, cuando se le oía cantar, hacerle la pregunta de ¿cuántos años viviré?, pregunta que uno se hace a sí mismo muchas veces pero que mis paisanos pasaron al cuco-rey. Las veces que el cuco cantase en respuesta a esa eterna pregunta vendrían a indicar al demandante los años que le quedaban de vida. Viejas y bonitas tradiciones.Así que yo también asociaba la lamprea, ese vestigio de edades muy pretéritas que se ha negado a fosilizarse y acude cada año a su cita con el río, con el cuco. Pero algo ha cambiado en los últimos días, algo que hace que, desde ahora, cuando piense en lampreas lo haga también en un pájaro muy distinto al cuco: el mirlo. Ahora mismo, cuando estoy escribiendo, un mirlo más curioso que otros se ha posado en mi terraza y me mira así un poco de lado, como miran los pájaros.Este año han madrugado los mirlos en mi jardín. Me gustan; me gusta su canto, me gusta el contraste de color entre su plumaje negro-azulado y su pico amarillo naranja... Ya ven, nunca los he mirado con ojos gastronómicos, nunca se me ocurriría hacerme un paté de mirlos como los franceses lo hacen de alondras, ese 'pâté d'alouettes' que no deja de tener sus partidarios.Mirlo, en francés, se dice 'merle'. Pero también se le llama 'merlot', bien al mirlo adulto en el habla bordelesa, bien a sus polluelos. Y la merlot es una variedad de uva bordelesa muy extendida por todo el mundo; tal vez reciba ese nombre por la similitud del color de las uvas maduras con ese plumaje de los mirlos; tal vez porque, siendo como son los mirlos amantes de las frutas dulces y de pronta maduración, al ser ésta la primera uva en madurar haya recibido el nombre de la afición que el ave parece sentir por ella. Y, me preguntarán, ¿qué tiene que ver todo esto con la lamprea, que ni canta, ni vuela, ni come uvas maduras? Pues nada... y mucho. Resulta que hace unos días, para despedirnos de las lampreas hasta el año que viene, hicimos una comida en petit comité en el restaurante madrileño 'Sanxenxo', comida que culminó en una lamprea, en su guiso tradicional, verdaderamente excelsa, con una salsa memorable en la que, como está mandado, interviene la propia sangre de este animal: le está bien empleado por ser él mismo un hematófago de tomo y lomo.Nuestro anfitrión, Diego Domínguez, nos tenía reservada una sorpresa, que había quedado pendiente el año pasado. Somos muchos quienes pensamos que a la hora de comer lamprea hay que dejarse de chovinismos y buscar en la bodega un tinto importante, un grande. Y Diego, para nuestro deleite, decidió abrir, para acompañar la lamprea, nada menos que una botella de 'Pétrus' del 97. Ni les cuento cómo estaba; les diré sólo que nos crecimos todos, hasta la lamprea, feliz de verse acompañada en su postrer trance por tan gran señor.El 'Pétrus' es uno de los grandes vinos del mundo. Procede de Pomerol, comarca bordelesa lindante con Saint-Emilion y donde, como en esta última, se hace vino –y qué vino– desde tiempos de los romanos. Y resulta que el 'Pétrus' –sólo 40.000 botellas al año– es la máxima expresión de esa uva que lleva el nombre de nuestro pájaro: la merlot. Si no les parece motivo suficiente para arrinconar al cuco en la ornitología aplicada a la lamprea, a mí, la verdad, sí, y eso sin contar que los mirlos me caen mucho más simpáticos, dónde va a parar, que los cucos.De paso, he resuelto mis dudas sobre la mejor manera de comer lamprea: sin duda, a la bordelesa. No me refiero tanto a la receta, que cada cual, según viva a orillas del Miño, del Ulla o del Garona puede bautizar como mejor le parezca, como al hecho de que en ninguna ribera de los ríos que hoy siguen remontando las lampreas se hacen unos vinos tintos como los bordeleses. Lo dicho: a la bordelesa... y con mirlos.
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