domingo, septiembre 16, 2007

Kristina de Noruega

Llegué una noche que andaba por las medias sierras de Brugos a la villa medieval de Covarrubias. Calles de piedra y una plaza con casa de soportal, de los que hay por Castilla, dos columnas de piedra y una viga de madera que sostiene el entramado del piso. El suelo de cantos rodados y al fondo una torre de homenaje, el despojo que quedó de una fortaleza. Cerca la colegiata y en la pequeña plaza que da a su fachada lateral la estatua de bronce de una joven mujer.

Es Kristina de Noruega, que un día que no se sabe del siglo XIII partió del norte para venir a casarse con Alfonso X el rey sabio, esto puede que no sea cierto, pero la bella princesa llegó a la novicia Castilla. El matrimonio no pudo ser, al parecer la esposa del rey Sabio estaba preñada y se truncaba así el plan de repudiarla por no dar descendencia real.

No debió de parecer a los cortesanos de Castilla que fuera cosa buena devolver a Kristina a su tierra y pronto la hicieron esposa del hermano de Alfonso, el infante Felipe. La boda se celebró el día 31 de marzo de 1258 en Valladolid. La delicada mujer del norte murió cuatro años después en Sevilla, algunos dicen que de melancolía, que no olvidaba el norte al que nunca volvería, desde entonces sus restos se guardan en la colegiata.

Era ya de noche y sólo la luz que iluminaba la colegiata y la torre del homenaje dejaba entrever el bronce de la princesa, la jovencisima Kristina que añoraba los fiordos, reposaba para siempre en la cabeza de Castilla. Una princesa sola en vida y sola en su definitivo descanso, una vida que da para imaginar la tristeza de una tarde ya noche de noviembre a la vuelta de Silos. En Covarrubias, sin mucho más que pasear, en el bar de la casa con soportal los villanos de hoy ven en la tele un partido de fútbol y beben cerveza rubia como su princesa. Enfrente, en una casa tienda dos mujeres recogen los cahiporros y de esas cosas que compramos los turistas cuando no sabemos que ver.

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