Odón Betanzos, el poeta y académico del español en Nueva York
MADRID.- Le gustaba presumir de que tenía un apellido -Betanzos- gallego, otro astur -Palacios-, un nombre cantábrico -Odón Heriberto- y que, sin embargo, él era andaluz, onubense, ya que vino a ver la luz en Rociana, pueblo al que amó y al que ha sido trasladado desde Nueva York, donde residía en los últimos años, para ser enterrado.
El destino, ese oscuro poder, le hizo nacer en una Rociana que hoy sentimos nuestra cuantos queríamos al hombre bueno que se ha ido para siempre, porque, más allá de los numerosos cargos que ostentó (director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española de Nueva York, miembro de las principales academias de Suramérica, catedrático de la Universidad de la ciudad de Nueva York), eso fue Odón, un hombre bueno, que no es poco mérito.
Si la náutica fue la profesión hacia la que dirigió sus primeros pasos, las letras no tardaron en convertirse en el motor de su vida. En 1956 empezó a vivir en Nueva York. Allí fundó la revista y editorial 'Mensaje', que dirigió hasta su muerte. En EEUU se licenció en Letras y Filosofía.
Fue elegido presidente del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos (CEPI), y entre los numerosos galardones que recibió en su vida destacan la Encomienda de Isabel la Católica o la Medalla de Andalucía.
El año pasado, un golpe traidor en su casa de Mazagón le hizo permanecer convaleciente durante largo tiempo en un hospital de Huelva. Algún amigo comentó: "Veréis cómo al despertar habla en inglés", pero sus primeras palabras fueron: "¡Coño, Rociana!"; el idioma madre es el que siempre sale así de fresco. Después, recuperada toda la conciencia, se quejaba, pero no de sus males, sino de no haber podido escribir: "He perdido un año", se lamentaba quien se definía a sí mismo como "un escritor de escribir a diario, a mis horas, desde que veo la luz del día".
"Escribir es como estar picado de tarántula; quien está herido no tiene solución; no hay más salida que entregarse por entero a la escritura", era otra de sus reflexiones acerca de su profesión. Otras heridas del alma le medían la hondura de lo que escribía: "Nadie se parece a nadie. Al escritor se le conoce por la palabra, que en él tiene que ser esencia".
De uno de sus últimos libros, 'Sonetos de la muerte', se dijo que era como si hubiera querido meter el dolor en 14 versos al presentir que otra forma poética hubiera sido una dispersión.
Se le preguntó si existe verdaderamente la muerte o si la peor muerte es el olvido: "Sabemos que vivimos en esto que llamamos existencia, pero ahí se pierde la idea, tanto en los principios como en el fin; se diluye todo en el todo". Esa fue su respuesta.